Escándalo en Petrobras. Parte III
La realidad es que la inversión en Brasil disminuyó en más de un 7% en el año 2014, y todos los pronósticos anuncian un marcado estancamiento para este año. La inflación superó las metas establecidas, y el crecimiento promedio en el primer lapso de cuatro años del primer mandato de Dilma fue inferior al 2% anual. Desde 2014, Brasil ha estado en recesión, técnicamente hablando. Los precios de las materias primas de exportación siguen bajando. El déficit fiscal deberá convertirse en superávit, a menos que Brasil quiera perder su calificación financiera. Pero revertir ese déficit sería bastante difícil de hacer, en un país en el que la mitad del gasto fiscal genera automáticamente aumentos de sueldos indexados, de acuerdo a las tasas de crecimiento económico de los años de vacas gordas y de su sistema de pensiones que es, tanto ineficiente como increíblemente generoso para los jubilados del sector público.
La presidencia de Dilma se verá obligada a ejecutar planes de austeridad fiscal y monetaria que seguramente harán subir el desempleo, aumentando los precios del transporte y de los servicios públicos. La mala noticia es que durante la campaña presidencial tuvo la poco prudente idea de asegurar que la austeridad necesaria no afectaría a los brasileños.
No obstante, la presidenta ha efectuado últimamente nombramientos y anuncios económicos que hasta el momento puede decirse que han sido acertados, como la designación del banquero Joaquim Levy como ministro de Hacienda, y del economista Nelson Barbosa como ministro de Planificación, ministerio responsable de la inversión pública. El coqueteo con la apertura económica y la empresa privada tal vez sean una jugada poco sincera, mas son las acciones lo que cuenta, con independencia de los motivos. Pero algo es seguro: decididamente necesitará todo el apoyo del sector privado.