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19/04/2012
La verdadera gran culpa de Dilma Rousseff es que haber llevado a cabo un mal gobierno, y su castigo fue por eso. El apoyo a su gestión se vino abajo hasta llegar al 8% y, aunque ha subido un poco, a más del 10%, resulta en un nivel de popularidad tan bajo que le hace mucho más facil la tarea a conspiradores y a golpistas.
La falta de popularidad de Dilma se debe, y en una medida considerable a la corrupción que ha sido descubierta en los últimos años. A la presidenta no se le puede considerar culpable de haber causado la recesión, ni tampoco está involucrada en el escándalo Petrobras, obra principalmente de ciertos líderes del PT. No obstante, este caso se ha ido paulatinamente destapando en todas sus capas y durante más de un año, por lo que tuvo un devastador efecto en la imagen de Dilma, quien no fue partícipe en el esquema de asignación de contratos o de recepción de fondos.
La otra cosa de la que la presidenta Dilma sí tiene mucha culpa, es que no renunció a la presidencia al evidenciarse la pérdida de apoyo popular; y que el congreso ya había echado a andar su maquinaria para inhabilitarla. Esta renuncia, desde su punto de vista, seguramente habría sido vista como reconocimiento de culpa por parte de ella de su mala gestión como presidenta, pero también como gesto de sacrificio de bastante altura. Esto pudo haber contribuido a apaciguar los ánimos, y de esta forma seguramente hubiera podido facilitaría la transición, cualquiera que hubiera sido.
Pero aferrarse al poder hasta ser destituido es demostrar de una forma muy rígida que es culpable de nada, y encarar a los congresistas conspiradores y golpistas. El problema es que esta inhabilitación, y su destitución, dividirá políticamente a los brasileños durante mucho tiempo.
El proceso de impugnación y la irrupción del gobierno interino ya ha opaca en las primeras planas al escándalo Petrobras, permitiendo un leve a varios legisladores y dirigentes políticos. Mas ocultar un escándalo de esta envergadura no es nada fácil, incluso de aliarse el poder ejecutivo, el legislativo y la clase empresarial para para poder hacerlo. Brasil podrá estar en crisis, pero no es Haití. Los tribunales son verdaderamente independientes, quieren hacer justicia y lo manifiestan. Existe una amplia libertad de prensa, y la prensa quiere contar la verdad.
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